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domingo, 22 de marzo de 2020

RESTRINGIDOS



 
La foto encima de estas líneas está tomada en el último paseo de un día que se antoja muy lejano, aunque tuvo lugar tan solo hace ocho días. En la situación de patas arriba en que nos ha puesto a prácticamente todos los ciudadanos del Mundo la brutal expansión del coronavirus COVID-19, el recuerdo de esta imagen es un anhelo que me temo tardaremos muchos días todavía en poder volver a disfrutar. El Estado de Alerta impuesto por el Gobierno nos ha confinado en nuestras casas por un tiempo que inicialmente era de quince días pero que todos presumimos se va a alargar bastante más. Y ese confinamiento implica restringir nuestros movimientos lo máximo posible para evitar la propagación del contagio.

Muy dado a refranes, recupero aquel de «Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar». Vimos las de chinos e italianos y no lo hicimos… o lo hicimos tarde. En estos días cobra sentido mi teoría del (maldito) condicional, un tiempo verbal demasiado presente en las relaciones humanas. El «deberíamos hacer» se ha convertido con el paso de los días en «deberíamos haber hecho». Claro, a toro pasado es muy fácil opinar y todos nos llenamos la boca con nuestros comentarios una vez que los crueles hechos han tenido y están teniendo lugar. No quisiera estar en la piel de los que toman decisiones tan controvertidas como las que se relacionan con este maldito asunto: hagan lo que hagan, para unos de equivocarán y para otros acertarán. Ya se sabe, dos españoles, cuatro o cinco opiniones.

A medida que avanzan los días, la letra pequeña se va aclarando. Si salimos, a realizar cuestiones imprescindibles para nuestra supervivencia, no podemos ir dos en el coche, no podemos utilizar las zonas comunes de casas o urbanizaciones, podemos desplazarnos a ciertos sitios como supermercados o farmacias… Pero por encima de todo está la recomendación de QUEDARNOS EN CASA, una recomendación muy clara que algunos se resisten a entender y asumir. Es verdad que cada ciudadano tendrá una situación, una manera y unas posibilidades de enfrentarse a este confinamiento, pero lo que llama la atención es la picaresca para utilizar situaciones esperpénticas entre las permitidas que bordean la estulticia en grado supino. 

Cuando yo era niño, las familias hacían la vida el mayor tiempo posible en la calle. Entre otras cosas porque era difícil hacerla en casa, unas casas pequeñas, sin aparatos más allá de una radio y donde el hacinamiento familiar era más que patente. Ahora las cosas han cambiado y, como término medio que para todo hay excepciones, disponemos de nuestra propia habitación, conexión a internet, teléfonos móviles y tabletas, oferta televisiva… y un montón de posibilidades inexistentes antaño que pueden permitirnos hogaño llevar este arrinconamiento con mayor facilidad. Aun así, la falta de libertad de movimientos a la que estamos acostumbrados es difícil de sobrellevar. No es lo mismo tomarse una cerveza con un amigo a través de Skype, Hangouts, Wasap, Telegram, Zoom, Instagram u otras que hacerlo en el bar cara a cara y después de un apretón de manos.  

Yo solo he salido de casa en estos días una vez para hacer compra imprescindible, imprescindible y no voluminosa-acaparadora, y volví horrorizado. No entiendo los comportamientos de la gente ignorando las cuestiones elementales que nos están diciendo por activa y por pasiva y lo que es peor, no sabiendo leer e ignorando las señales establecidas en el supermercado —único sitio al que fui—, lo que pone en riesgo a los dependientes que se la están jugando por nosotros. No se puede generalizar, pero con que uno se salte las recomendaciones, y lo hace más de uno, la cosa no funciona. Es como estar en una sala doscientas personas calladas con prohibición de hacer ruido. Con que uno
a persona, solo una, dé un chillido o le suene el teléfono, el silencio ha quedado roto. No sabemos comportamos por lo general, y en la situación que estamos viviendo, esto es simple y llanamente peligroso, muy peligroso.

Haciendo memoria, en mi vida solo he estado confinado en dos ocasiones, ambas de una semana de duración, por motivos médicos. La primera, en mi adolescencia al comienzo de los años setenta, ocurrió por una operación de apendicitis en la habitación compartida por tres enfermos en un hospital. Y sin televisión. Mi profesor de filosofía me hizo llegar un libro para que progresara en la asignatura de filosofía. Lo recuerdo nítidamente, el profesor se llamaba Octavio Uña Juárez y el libro era de Pierre Teilhard de Chardin, un paleontólogo y filósofo francés. Me leí el libro de cabo a rabo e hice un trabajo sobre este filósofo que me reportó una buena nota final en la asignatura. El otro confinamiento tuvo un transcurso más agradable, porque coincidió con las olimpiadas de Barcelona 92 y me di un atracón de deporte por televisión.
 
Historietas personales aparte, tengo la suerte, por el momento, de no tener necesidad alguna de salir de casa. Mi hijo tiene que trabajar días alternos y puede hacer la compra en su trayecto al trabajo. No entiendo que la gente con la excusa de salir a comprar el pan o pasear al perro salga incluso más de una vez al día poniéndose en riesgo y poniendo a los demás. Las redes sociales y los medios nos hacen llegar situaciones para echarse las manos a la cabeza de gente que yo creo que no está en sus cabales realizando acciones que a buen seguro en su vida normal ni siquiera llevan a cabo.

Las redes sociales son (como) una ventana al mundo en vivo y en directo. A través de ellas vemos muchas conductas ejemplares y otras no tanto, muchas muestras de apoyo a la vez que mucha mala baba que suele ser lo normal pero que tiene poco sentido en estos momentos. Me quedo con un par de ellas, positivas a mi entender. Una es del tuitero @Pedro_Arancon y dice así: «A ver si haciendo un esquema algunos se enteran. Tenemos dos opciones: Opción 1: Salir una vez a la semana para ir al supermercado para superar esto rápido, como en China. Opción 2: Salir a por el pan todos los días y que esto vaya para largo, como en Italia».

Otra, todas las comparaciones son odiosas, de Arturo Pérez Reverte, que en un tuit esta semana decía: «Hablo por teléfono con Márquez: "Chicos de veinte años diciendo que están hartos y aburridos. Joder, llevan una semana. Acuérdate de Sarajevo: cuatro años encerrados en sótanos bajo las bombas, sin luz ni calefacción. Y cuando salían a por agua, los francotiradores los mataban"». Nosotros y nuestros hijos estamos comunicándonos con familia, amigos y compañeros, teniendo clases por internet, disfrutando de más horas de televisión que nunca… pero nos aburrimos, nos falta salir a clase, a la discoteca, al bar, a nuestro rato de deporte…

La sociedad evoluciona, pero no siempre con las espaldas cubiertas. Hechos y situaciones como la que estamos viviendo en vivo y en directo en nuestras propias carnes nos avisan y ponen en tela de juicio nuestro desarrollo desmesurado, rápido, y quizá sin garantías de futuro. Es difícil hacer caso de situaciones posibles que se antojan como muy lejanas como las advertencias de hace pocos meses sobre los efectos del cambio climático. Para algunos, no humanos, no hay mal que por bien no venga. Las aguas de Venecia y sus canales están más limpias que nunca y los delfines se acercan a disfrutar de ellas, hecho que hacía muchos años que no ocurría al estar infestadas de barcos, suciedad y… turistas. La Naturaleza reclama sus espacios, (mal)ocupados por lo general por los homo sapiens, de forma que cuando lo humano se retira, lo natural avanza.

Es muy difícil tomar decisiones drásticas cuando suponen renunciar a ventajas de forma inmediata en aras de situaciones que (quizá) ocurrirán en un periodo muy lejano. No tiene sentido entrenarme hoy en día a comer ortigas y cardos del campo si no es previsible que tenga que hacerlo en un futuro. Pero de todo se puede sacar partido y aprovechar para aprender. Tenemos más tiempo en casa y podemos hacer cosas que la vorágine diaria procrastina una y otra vez. Se me ocurren algunas: descansar, hacer zafarrancho de limpieza, cocinar con tranquilidad, seguir ejercicios de entrenamiento en Youtube, llamar a amigos con los que hace tiempo que no hablamos, hacer un curso MOOC sobre COVID-19 como por ejemplo este que empieza mañana lunes 23 de marzo de 2020, vaciar armarios y cajones para darnos cuenta de que hay en ellos cosas que no recordábamos tener, leer, ordenar estanterías físicas o poner orden en nuestros archivos en las carpetas del ordenador…