Casi sin darnos cuenta y más por imposiciones externas que por decisiones propias, nos hemos dejado llevar hasta considerar que tener un teléfono es hoy en día una cuestión critica. Es verdad que hay personas, algunas de ellas no tan mayores, que se niegan rotundamente a contar entre sus enseres un teléfono actual de esos llamados inteligentes y van tirando, pero son casos residuales que tienen que asumir una serie de menoscabos en su funcionamiento diario y en sus relaciones con los demás y con las empresas.
Como ejemplo, tengo un par de amigos que se niegan. Uno de ellos tiene teléfono moderno pero sus interacciones con los demás se circunscriben únicamente a la llamada telefónica y los SMS. Su proclama es que se niega a lo que él llama «redes sociales» por preservar su intimidad. Se le escapan varias cosas, como que llevar un teléfono es de por sí una pérdida de intimidad y si no que se lo digan a Google, y que su concepto sobre lo que él denomina redes sociales es muy particular. Por mucho que se hable con él, no hay manera ni de convencerle ni de que nos explique la diferencia entre utilizar SMS o wasaps. Y aunque esto es un poco anacrónico, él tiene una tarifa plana, pero a mí me cuesta 0,20 euros cada SMS que pongo, por lo que me niego, y que conste que no es por los veinte céntimos.
El otro amigo al que voy a hacer referencia no tiene teléfono, como tampoco tiene correo electrónico, o al menos dice que no lo tiene. La única manera de contacto, correo postal aparte, es el teléfono fijo de su casa. Quedar con él es toda una aventura y hay que hacerlo como en los viejos tiempos: a una hora en un sitio prescindiendo de toda la tecnología actual que nos permite «quedar en el móvil» y activar el seguimiento instantáneo de nuestra posición. Está claro que su decisión es suya y que los que seguimos manteniendo con él una relación es porque asumimos estas (pudiéramos llamar hoy en día) deficiencias. Mi forma de quedar con él es decirle a la hora que salgo de casa a su encuentro porque es muy difícil precisar a la hora que llegaré y me niego, como hacía antaño, a salir con el suficiente margen de antelación para estar a tiempo en el lugar de la cita.
Muchas de las interacciones con los demás y las empresas parten de la base de que poseemos un teléfono móvil inteligente. Directivas nacionales y europeas en los sistemas de autentificación se basan en mensajes al móvil. Por ejemplo, los dos bancos con los que trabajo, en sus aplicaciones telemáticas a través de internet o teléfono lanzan periódicamente al Smartphone un aviso con una clave imprescindible para poder seguir operando. Hay que tener un teléfono sí o sí, no hay alternativa que yo sepa, salvo pasar por la oficina física para poder hacer nuestras operaciones bancarias. Cada vez quedan menos oficinas, están distantes y no es tan sencillo como antaño presentarse allí y tratar de que nos atiendan: pocos empleados, horarios restrictivos, petición previa de hora y otros impedimentos para lograr que todos nos hagamos nuestras operaciones desde casa.
Enrique Dans es un visionario que lleva muchos años anticipando todas estas cuestiones. Desde la publicación de su libro «Todo va a cambiar» ( reseña aquí ) en un lejano marzo de 2010 hasta hoy en día, sus comunicaciones frecuentes en la red han ido escarbando en este mundillo. En su página web podemos encontrar sus artículos y opiniones, así como información de su último y reciente libro «Viviendo en el futuro», una visión de las claves con las que la tecnología está cambiando nuestro mundo.
Estamos inmersos en el mundillo, tenemos teléfono móvil inteligente, interactuamos con las empresas y las personas, pero… ¿Somos conscientes de que lo hacemos? ¿Nos hemos planteado alternativas? Los teléfonos móviles se quedan sin batería, se estropean, se caen al váter o al río que estamos contemplando desde un puente… Podemos vernos en la taxativa de no tener nuestro teléfono por un periodo que puede ser de horas a días y con ello muchas de las cosas que hacemos a diario se verán afectadas; algunas serán prescindibles, pero otras no tanto según nuestro perfil personal o profesional. Reponer un teléfono no es tan sencillo como ir a la tienda y comprar otro, pues hoy por hoy es necesaria la tarjeta SIM y, una vez obtenida, volver a configurar el teléfono y sus aplicaciones.
Algunas cosas no tienen solución o no es sencilla, pero deberíamos ser conscientes al menos de ello. ¿Qué servicios o aplicaciones estoy utilizando que quieran indefectiblemente el tener, y operativo, el teléfono? ¿Hay alternativas de uso sin el teléfono? Es un tema complicado y trabajoso y lo mejor es dejarse llevar y no pensar que en algún momento podemos estar sin él: cuando llegue el momento se verá. En la entrada de este blog «PESCADILLA» publicada hace un mes, en septiembre de 2021, hablaba de un caso particular de recuperación de un teléfono perdido y de las posibles cuentas en Gmail. Pero además de este asunto del correo electrónico y del acceso a los bancos hay otras muchas cosas que ya hacemos desde el teléfono, unos más y otros menos. Dar aviso al seguro de que nos hemos quedado tirados en la carretera, comprar en algún gigante de la distribución, pedir cita en el médico público o privado, escuchar podcasts o «audibles», disponer de nuestra agenda con citas y cumpleaños, acceder a nuestra nube donde tenemos documentos o notas imprescindibles, wasaps con familia, amigos o grupos, códigos de autentificación (authenticators), navegador para el coche, documentación de carnet y vehículo para la DGT, etc. etc.
Cada cual debería revisar el uso que hace de su teléfono y como puede buscar caminos alternativos a su falta, o no buscarlos y asumir quedarse sin ellos por un tiempo. Es un buen ejercicio, yo diría que necesario o crítico en algunos puntos, porque nos podemos ver en un círculo vicioso de no poder realizar ciertas operaciones que cada vez son más vitales en nuestro devenir diario.